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Refracción, el tiempo se volvió cíclico. En realidad, siempre lo fue. La diferencia, ahora, es la repetición parodiada de un modo de vida que en su transcurrir pulsa por poder ser en esta espera. Después de todo, es mejor que pulse y que no quede diluido en la tristeza. Incluso más allá de las fragmentaciones y superposiciones que nos fuerzan a entrar en dimensiones cautivas y palpables a su vez, creando imágenes que no son enteramente de aquí ni de allá… recortes simultáneos que responden a un Todo.
Acá vamos, cambiando las vivencias del cuerpo en un bucle insospechado, empañando la mirada tras membranas diáfanas. Entrechocándonos sobre registros sensoriales alterados. Al fin y al cabo ¿sería una opción que toda nuestra experiencia cambie sin que la percepción lo haga?
Quizás, una alternativa de alivio pueda ser verse de frente en la soledad. Evocar a los grillos y el rocío fresco sobre la piel. Agitar la memoria de la selva y la sabiduría de las plantas. El siseo del viento entre los árboles o el pelo sobre la cara. Volar en el tiempo de los recuerdos, que ahora son más reales, más cercanos; al igual que los sueños, que se mezclan con los días y las noches desveladas. Así las barreras se van cayendo mientras se desestructura nuestra estructura y nos rearmamos en desconocidas armaduras. Para, igualmente, volver a las gotas. Ahora las gotas lágrimas… Las gotas cayendo en un arrumaco de siesta a deshora, entre dilataciones musculares y contracciones orgánicas. Una danza interna desordenada, un diálogo interrumpido, una permeabilidad extraña con el entorno. Una aleatoriedad redonda, porque sea como sea, es absurdo escapar a las curvas del cosmos con sus leyes físicas. Mirarse de frente en el efímero saber que el universo continúa su rumbo incesante y entregarse al tránsito, a lo mejor se convierta en la tranquilidad de conectar con el origen.
La potencia del movimiento.
Hay movimiento si hay tiempo. Inclusive en la pausa sucede. Me gusta pensar que es ahí donde tenemos la posibilidad de hacer foco, de gatillar con algo más de perspectiva ante la eventualidad real de que el mundo se nos venga abajo. ¿Qué hay en la captura de un instante que hace movilizar las imágenes, los sonidos, hasta los aromas?
El pensamiento también produce desplazamiento, como las formas simbólicas, describe una trayectoria. Traspasar la lente con la intención de los ojos, insumisos, y perforar el cristal llegando al otro lado. Observarse, entonces, en profundidad. Cambiar de estado.
El dilema de una vida más digna debe de estar esperando.
Paula Ortín